Opinión

El silencioso síndrome de burnout en la maternidad y cómo ayudar a identificarlo

Observatorio de DDHH de la mujer de la UCAM
El silencioso síndrome de burnout en la maternidad y cómo ayudar a identificarlo / Observatorio de DDHH de la mujer de la UCAM

Maggie Summers Company


Convertirse en madre es un acontecimiento fascinante en la vida de una mujer, o eso nos han dicho desde el inicio de los tiempos, pero ¿realmente es así? Numerosas emociones aparecen con la llegada de un hijo incluso después de superar la cuarentena, aquella etapa donde la madre está especialmente sensible y emotiva, y donde aún lidia diariamente con la integración de este nuevo ser a su vida personal y familiar. Sin embargo, cuando superado el postparto la felicidad tan esperada no llega, el cansancio extremo, la culpabilidad y la vergüenza pueden invadir a la madre y llevarla a un estado severo de depresión generado por la aparición del “Síndrome de Burnout”. Este ensayo pretende exponer la prevalencia de este síndrome en la maternidad y las consecuencias en el estado de salud mental de las madres de familia.

El síndrome de burnout, en términos generales, es conocido en el campo de la salud mental como un estado psicológico y emocional que afecta a los trabajadores (Freudenberger, H., 1974), y que surge debido a la frustración y el estrés prolongados y no resueltos en el lugar de trabajo porque no se ha manejado de manera efectiva, que puede afectar el funcionamiento personal, ocupacional y social, así como las relaciones y desempeño laboral del afectado. La traducción literal significa “quemado”, lo que podría interpretarse en nuestra sociedad como alguien dañado, descompuesto, sin arreglo. De acuerdo con la OMS (Forbes Staff, 2019), este síndrome se caracteriza por tres elementos principales: i) sensación de agotamiento de la energía; ii) sentimientos de negativismo o distancia mental de su trabajo, y iii) disminución de la eficacia profesional. En casos extremos, el síndrome de burnout puede derivar en diferentes escenarios de abstinencia laboral, desinterés por las tareas y hasta renuncia. La OMS reconoce al burnout como una enfermedad ocupacional y la incluyó en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), pero aclaró que este síndrome se refiere específicamente a los fenómenos que se presentan en contexto laboral (principalmente profesiones relacionadas con el cuidado de terceros) y “no se debe aplicar para describir otras experiencias de vida”.

Mucho se ha estudiado sobre este síndrome y sus consecuencias para las personas en el plano laboral. Sin embargo, en la última década han aparecido diversos estudios en el campo de la psicología sobre cómo este mismo estrés aparece en los hogares con la llegada de un hijo, coincidiendo las características, elementos y consecuencias antes mencionadas. El “Burnout parental” (Pariente, E. 2020), como se le empezó a llamar, se definió entonces como aquella respuesta que da el organismo de una madre (o padre) a un periodo prolongado de estrés, demasiada exigencia o responsabilidad en los padres de familia por la crianza y cuidado de sus hijos. En una primera aproximación, estos estudios tenían por foco a familias con hijos con enfermedades crónicas, sin embargo, los resultados demostraron que este síndrome no era exclusivo de familias que crían hijos con alguna dificultad en su salud física o mental, sino de cualquier padre o madre expuesto a altos niveles de estrés. Estudios posteriores realizados en América latina, revelaron que el burnout parental tiene mayor prevalencia en mujeres que en hombres (en hogares heterosexuales), debido a la presencia de factores culturales y condiciones estructurales arraigadas tales como que la crianza en el hogar corresponde a la madre y la provisión de alimentos y generación de ingresos al padre, factores que constituyen las principales barreras para una distribución equitativa de la carga emocional y familiar.

Pero, ¿cómo puede este “feliz acontecimiento” transformarse en una enfermedad para la madre? Sentimientos como culpa, soledad, paranoia, irritabilidad, cansancio extremo y hasta ganas de renunciar al cuidado y crianza de los hijos aparecen principalmente en las madres en la primera etapa de la maternidad, donde además la depresión postparto está presente en el 80% de las madres primerizas (Nanzer, N.) durante por lo menos los primeros quince días (período conocido como los “baby blues”) hasta incluso cuarenta días después del parto. Durante este periodo y por lo menos durante los primeros seis meses de vida del bebé, la generación del vínculo con el hijo, el apego, la lactancia, la acomodación del ciclo circadiano son labores que recaen de manera exclusiva en la madre por la condición biológica de su rol, e indelegables al padre (en los casos de familias heteroparentales) o al (a la) acompañante de la madre (en el caso de familia homoparentales o de madres solteras).

Como es esperado, el grado de estrés y agotamiento, así como la aparición del sentimiento de renuncia y desinterés (por los hijos), prevalece indefinidamente en madres que se dedican al cuidado y crianza de los hijos de manera exclusiva, sin el soporte emocional de una “tribu” que pueda generar un clima de enseñanza, empatía y apoyo, pero principalmente cuando no se distribuyen las labores del hogar y cuidado de los hijos de manera equitativa con el padre (o quien haga su rol).

Una variante en el desarrollo de este síndrome en las madres, aparece en aquellas que tienen un trabajo remunerado fuera del hogar al que deben (y quieren) volver luego de culminada la licencia postparto. Cuando económicamente no es permisible para la familia dejar de percibir un ingreso, tener que encargar el cuidado del bebé a una tercera persona resulta otro factor generador de estrés para los padres. Cada vez más familias optan por contratar los servicios de una niñera (y con ello, la potencial contratación de sistemas de cámaras de video vigilancia para monitorear el cuidado del bebé desde el trabajo) o guardería, en lugar de conseguir apoyo no remunerado por parte de algún familiar como los abuelos, principalmente porque la edad de la maternidad ha sido pospuesta por la mujer y ya no encuentran en las abuelas la cercanía local, disponibilidad de tiempo y condiciones físicas o mentales para encargar la crianza y cuidado de los hijos (lo que era normal y esperado hace cuarenta años). Esta vigilancia remota además distrae y desconcentra a las madres de sus labores fuera de casa, quienes perciben la disminución en su productividad y calidad de desempeño.

De este grupo de madres que retornan a trabajar de manera remunerada fuera del hogar, tendrán mayor predisposición a desarrollar burnout parental, aquellas a las que les resulte más gratificante la sensación de realización personal mediante el ejercicio profesional que la situación de responsabilidad, demanda y atención impostergable que encuentran al volver a casa para ejercer la maternidad. Es en este grupo de mujeres, que aparecen sentimientos que las llevan a ver la maternidad como un sacrificio y, cuando uno se sacrifica, por definición, lo hace con desagrado.

Y ¿por qué esta situación, que evidentemente requiere de apoyo profesional, es tan poco conocida? Para las madres, es una situación compleja reconocer y aceptar que la maternidad, aquella que durante generaciones fue considerada como la única posibilidad de realización personal de una mujer, las sobrepasa. Esta sensación de “reducción” respecto de la persona que se sentían antes es común en los entornos familiares donde se repite cual misa que la madre debe sacrificarse por los hijos, o que los hijos son “el motor y motivo” de una madre (como si antes de la maternidad la mujer no tuviera otros motivadores para la realización personal), y que genera en ella, por ejemplo, sentimientos de resignación, vergüenza e inferioridad, etc., otro factor que conduce al burnout parental en el camino sin retorno hacia la depresión y al deterioro de su salud mental. Ante la soledad y la falta de empatía, las madres normalizan la situación, por ejemplo, porque ven en sus congéneres la misma situación, concluyendo que así es la maternidad y que así debe ser, lo que contribuye a que este síndrome se desarrolle silenciosamente.

Pero eso no es todo, la salud física también se ve afectada. Los estudios han encontrado sintomatología en el burnout parental cuyos patrones coinciden con los síntomas del estrés crónico: al entrar la madre en modo “supervivencia”, el cuerpo activa una serie de mecanismos cerebrales relacionados con la lucha/huida, lo que genera el sistema endocrino nos prepare para el estrés y que las glándulas hipófisis y suprarrenales secretan adrenalina, noradrenalina, dopamina y cortisol en el torrente sanguíneo. Tras largos periodos de agotamiento y estrés crónico, la conjunción de estas hormonas coadyuva a que la madre viva en piloto automático para cumplir con sus obligaciones, todas sus obligaciones. Aparecen síntomas como irritabilidad y mal humor generalizado, visible falta de energía, deterioro cognitivo, insomnio y trastornos alimenticios (Martínez, R., 2018).

Si a todo lo anterior le sumamos que esta madre quemada, con posible estrés crónico, con alta probabilidad de desarrollar problemas de salud física y mental, con la necesidad de demostrar que puede ser una súper mamá, tiene la indelegable labor de criar y formar a las generaciones del futuro con amor, libertad, resiliencia, fortaleza de espíritu, adaptabilidad al cambio, etc., ¿no debería ser parte de las políticas gubernamentales en salud y educación, ofrecer la primera línea de apoyo y orientación a las madres?

Afortunadamente, hoy en día este enemigo silencioso cuenta con mayor sustento científico y estudios en el campo de la psicología para ayudar profesionalmente a las madres en el tratamiento de su salud mental y física. Existen además grupos de ayuda, como el de la Liga de la Leche en Perú (adscrita a La Leche League International) que congregan gratuitamente a madres de manera mensual para, además de brindar orientación en temas de lactancia, compartir experiencias de maternidad, ayudarlas a reconocer y aceptar que deben pedir ayuda, que deben exigir a sus compañeros la participación equitativa en la crianza y cuidado de los hijos, y que no deben renunciar a sus proyectos personales (aunque sí será necesaria una pausa). Existen también campañas de sensibilización impulsadas por ONGs y colectivos por redes sociales que refuerzan la idea de que “el esposo no ayuda en casa ni con los hijos, sino que hace su parte”. Hoy en día, los padres de la generación milenial (incluso de la generación “x”) participan activamente en la crianza y cuidado de los hijos, alternando roles, generando mayor consciencia y tolerancia en la sociedad moderna.

Si después de lo expuesto anteriormente, aún no nos sentimos ubicados en el mejor lugar para ayudar a una madre a identificar o reconocer que podría estar sufriendo de burnout, o no está a nuestro alcance el acceso a ayuda profesional, recomiéndale que se dé una pausa, que respire profundo, que se deshaga de las obligaciones que ella misma se ha impuesto por intentar ser la madre perfecta que puede hacerlo todo. Pero sobretodo, recuérdale que ya es la madre perfecta que su(s) hijo(s) necesita(n). No juzguemos de malas madres a estas mujeres por no querer estar todo el tiempo con sus amados hijos, por pedir tiempo para ellas mismas para reencontrarse con la mujer que eran antes de ser madres. Colaboremos en crear una sociedad más justa y equitativa para todos empezando por reconocer que ambos roles, padre y madre, deben participar activa y equitativamente en la crianza de los hijos.

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